martes, 30 de mayo de 2017

Aquel enfermo de Alzheimer...


Tiene los ojos azules, la piel blandita y titilante, y una mirada complicada de definir. Podría decirse que al fondo de sus pupilas se sucede el trajín de toda una vida mezclado con una vuelta a la infancia, que le da al azul de su mirada una pincelada de ternura, otra de dureza y la última, una pincelada que se resigna, cabizbaja y vulnerable.
Las palabras se atropellan en su lengua y se resisten a salir de su boca. Se enredan, se desarman, se enfadan porque se sienten atrapadas sin remedio… Pero ahí están, existen, quieren expresarse como antes. Antes se escapaban con tanta facilidad…tal vez demasiada, tal vez más de una palabra dicha entonces debiera haberse quedado atrapada con sigilo y hacerle ahora trampas a un cerebro desconcertado. Un cerebro dañado incomprendido por el corazón.
El corazón sigue latiendo de la misma forma que antes, y no se degrada con el paso del tiempo. Su corazón se burla del cerebro, se burla del tiempo, porque sabe que es una fuerza sin rival,  invencible, que sigue viva buscando el afecto, incluso cuando todo lo demás ha muerto.
Y el hombre de los ojos azules busca unas palabras que se han perdido en el laberinto de un cerebro senil y cansado. A veces logra articular algunas y con timidez alza la vista para ver si yo he comprendido. Enseguida yo sonrío y le acaricio como por accidente su mano arrugada. Entonces vuelve a alzar la vista, y puedo ver una lágrima que no se atreve a salir, pero que ahí está, y supongo que él también puede ver la mía porque antes de irse, antes de dejar atrás la habitación que nunca recuerda, me mira y me sonríe, para luego volver al otro día y que su cerebro me haya retirado del lugar donde se cobijan los recuerdos, pero me sonría como si ya nos hubiéramos conocido antes.