lunes, 26 de diciembre de 2011

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar

Mi corazón comenzaba a sentirse solo y triste al ver tu maleta engullendo la ropa. Mi corazón comenzaba a latir intranquilo por que el tiempo apremiaba y yo tan solo podía observarte caminar nervioso de un lado a otro, poniendo fin a aquellos días, poniendo un punto final donde yo quería poner puntos suspensivos.

El coche parecía ir más deprisa de lo debido, ningún mísero atasco, apenas un fugaz semáforo en rojo, apenas diez minutos y allí estábamos, mirándonos por última vez. “Ha sido un placer” me decías con una sonrisa sincera coloreada de adiós. Nos besamos, apenas unos segundos, tu boca y mi boca quisieron apretarse con fuerza, como para, de algún modo, eternizar el tiempo que ya se había gastado. Nos dijimos adiós, no fue un hasta luego, no. Nos dijimos adiós con una sonrisa nostálgica, triste y feliz al mismo tiempo. Nada de ya nos veremos, nada de ya hablaremos, tan solo adiós, adiós…Desde el coche pude ver que te dabas la vuelta con cierto aire de tristeza y nos miramos por última vez. Luego lentamente te perdiste entre la gente y tan solo pude mirar al vacío y exhalar un hondo suspiro.

Un avión despegaba sobre mí y con él aquellos días en los que sin esperarlo te conocí y entonces, de repente, sonreí.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Un Flash Back...


A veces, cuando me siento sumergida en la rutina, en aquellos días en los que todo parece insípido, me refugio en el recuerdo y me basta para dar algo de sabor a ese día que no sabía a nada.

Entonces, en mi imaginación, dejo tras de mí una inmensa puerta de madera, y camino calle abajo en dirección a ninguna parte, tan solo camino. La campanilla del tranvía llega a mis oídos desde la lejanía, la misma mujer de cada día vende los mismos panecillos, “1,30 Zl” me dice. Sigo caminando, Karmelicka abajo, con mi panecillo entre las manos. La nariz se me congela poco a poco y el frío me hiela los ojos. Los copos caen, los polacos caminan, se resbalan con el hielo en aquella esquina del teatro Bagatela y miro el reloj “las 12”…y entonces comienza a sonar…es la misma canción, sí, es esa, la que nunca termina, la que siempre resuena en mis oídos, la que desliza entre la nieve el enigma de su final. Con cuidado entro en el mercadillo, el suelo resbala y la gente va de aquí para allá buscando regalos y recuerdos. Collares de ámbar, cajitas con el nombre de la ciudad, camisetas y sudaderas, pieles, juguetes, dragones y el murmullo de las zetas y las eses que abarrota el mercadillo. Salgo y callejeo un poco. Primero voy a Florianska. Muchas personas sujetan carteles y leen un libro al mismo tiempo, otras se frotan las manos y caminan con prisa, otros tocan el acordeón y mientras tanto, la nieve cae y cae sin cesar y yo feliz y calentita con mis botas, esas botas que ahora duermen en mi armario, esperando tristes a la nieve, esperando el chasquido que suena al caminar bajo el invierno nevado de Polonia.

Los caballos son enormes, fuertes y con grandes crines y van de un lado a otro mostrando a los turistas el encanto de Cracovia; parecen mirar de reojo como pidiendo un poquito de calor. Y ahora…camino por Grodzka, al final puedo ver Pod Wawelem y mi estómago suena pidiéndome un codillo bien acompañado con su Tyskie.

Hace demasiado frío, y decido volver a casa. Abro la puerta, subo las escaleras de madera que tanto se quejaban, y me siento en la cocina. Me preparo un café y me enciendo un cigarrillo, entonces en silencio y lentamente se abre la puerta y aparece Tere, con aspecto resacoso, su sonrisa pillina, su mirada entre pueril y perspicaz y se ríe “qué fueeerte” dice con ese tono característico; se desploma en el sillón, me mira sin mediar palabra con su sonrisilla y se enciende también un cigarrillo. Al rato vuelve a suceder el mismo episodio, pero ahora es Cristina la que entra a la cocina, somnolienta nos dice buenos días con su dulce sonrisa y ahí volvemos a estar las tres, con un café y un cigarrito, despreocupadas, tan solo felices, sin nada en que pensar, simplemente unas Erasmus en Cracovia, en el número 4 de la calle Grabowskiego preguntándonos: “¿Esta noche qué?”

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El metro de París



Esta mañana desperté en París. El viento invernal movía las hojas de los árboles en el silencio de una noche que se resistía a despertar. Los pequeños franceses, con sus ojitos aún cansados cargaban con sus mochilas, rumbo a las escuelas. Los camiones daban los buenos días al encender sus motores y las gentes se agolpaban en el tren de cercanías. Una vez en Montparnasse me adentré en la multitud del metro de una mañana parisienne.
Había muchísima gente, infinidad de vidas me crucé en pocos minutos. Algunos sonreían solos, para sí mismos; otros miraban fijamente a ninguna parte absortos en sus pensamientos; otros me miraban; otros leían el periódico o un libro; otros escuchaban música; otros se besaban; otros tocaban la guitarra; otros cerraban los ojos y se dejaban vencer por el sueño... Un sonido de acordeón bailaba por los oscuros y caóticos túneles del metro de una París inmersa en su rutina.
El metro de París me recuerda a un hormiguero en el que cada una de las hormiguitas buscan su pedacito de pan a lo largo del día. A mí me encanta estar entre el tumulto de gente e imaginar a donde irán, cuales serán sus trabajos, que sueños tendrán, en qué pensarán, a quien amarán...
¡Cuántas personas de aquí para allá siempre con prisa y con sus “excuse moi”! Y entre ellos en silencio, con mi música, les veo pasar, imagino que soy una parisina más. Mi imaginación vuela a un sueño que endulza los vagones con atardeceres en Montmartre, con cenas en Le quartier Latin, amaneceres con el perfume del acento francés, y días cualquiera, sin nada especial, en el metro de París, con los parisinos que piensan en sus cosas o escuchan música, sonríen o se besan. Los mismos que hoy tenían prisa y con una sonrisa fugaz me susurraban excuse moi.
Es inevitable, París me quiere entre sus días nubosos como hoy, entre sus excuse moi y sus cafe crème una mañana cualquiera, y si así lo quiere París habrá que hacerle caso...