jueves, 21 de julio de 2011

La librería de Versalles


La tarde era lluviosa y gris, un viento otoñal acariciaba el verano de Versalles. En dirección a su famoso castillo paseaba yo, disfrutando con el encanto de las calles, las casas, el dulce acento francés en cualquier esquina, un ligero aroma a café y el olor dulce de una “boulangerie”. Y de repente una librería. Recorrí rápidamente aquél lugar con la mirada, entré lentamente con los ojos abiertos de par en par, como quien descubre un tesoro. Olía a tiempos de antaño. Libros de cocina, de jardinería, de filosofía, de poesía, de geografía, libros infantiles, cómics…toda una infinidad de páginas amarillentas con olor a humedad abarrotaban las estanterías. Libros olvidados que me pedían que les cogiera, que mi mano arrancara la melodía de sus palabras al leerlos tras tantos años en silencio. “¡CUÁNTOS LIBROS Y TAN POCO TIEMPO!” Pensé entonces. En cuestión de breves minutos mi corazón latía con inquietud imaginando las historias que guardarían aquellos libros que viejos y somnolientos se hallaban allí, esperando una mano amiga que les abriera y soñara con ellos. Imaginaba de dónde vendrían, quien los habría leído y cuánto tiempo llevarían esperando allí tristes en su rincón… Estuve unos minutos paseando por aquella librería hechizada por el encanto de los secretos que guardaba…y más tarde salí y seguí mi camino hacia el castillo. Caminaba pensando que si la vida tenía algún sentido yo lo hallaba cuando el corazón me latía del mismo modo que me había latido en aquella librería hechizada, con sus libros amarillentos llenos de historia, en mitad de aquél precioso pueblito francés.

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