jueves, 22 de diciembre de 2011

Un Flash Back...


A veces, cuando me siento sumergida en la rutina, en aquellos días en los que todo parece insípido, me refugio en el recuerdo y me basta para dar algo de sabor a ese día que no sabía a nada.

Entonces, en mi imaginación, dejo tras de mí una inmensa puerta de madera, y camino calle abajo en dirección a ninguna parte, tan solo camino. La campanilla del tranvía llega a mis oídos desde la lejanía, la misma mujer de cada día vende los mismos panecillos, “1,30 Zl” me dice. Sigo caminando, Karmelicka abajo, con mi panecillo entre las manos. La nariz se me congela poco a poco y el frío me hiela los ojos. Los copos caen, los polacos caminan, se resbalan con el hielo en aquella esquina del teatro Bagatela y miro el reloj “las 12”…y entonces comienza a sonar…es la misma canción, sí, es esa, la que nunca termina, la que siempre resuena en mis oídos, la que desliza entre la nieve el enigma de su final. Con cuidado entro en el mercadillo, el suelo resbala y la gente va de aquí para allá buscando regalos y recuerdos. Collares de ámbar, cajitas con el nombre de la ciudad, camisetas y sudaderas, pieles, juguetes, dragones y el murmullo de las zetas y las eses que abarrota el mercadillo. Salgo y callejeo un poco. Primero voy a Florianska. Muchas personas sujetan carteles y leen un libro al mismo tiempo, otras se frotan las manos y caminan con prisa, otros tocan el acordeón y mientras tanto, la nieve cae y cae sin cesar y yo feliz y calentita con mis botas, esas botas que ahora duermen en mi armario, esperando tristes a la nieve, esperando el chasquido que suena al caminar bajo el invierno nevado de Polonia.

Los caballos son enormes, fuertes y con grandes crines y van de un lado a otro mostrando a los turistas el encanto de Cracovia; parecen mirar de reojo como pidiendo un poquito de calor. Y ahora…camino por Grodzka, al final puedo ver Pod Wawelem y mi estómago suena pidiéndome un codillo bien acompañado con su Tyskie.

Hace demasiado frío, y decido volver a casa. Abro la puerta, subo las escaleras de madera que tanto se quejaban, y me siento en la cocina. Me preparo un café y me enciendo un cigarrillo, entonces en silencio y lentamente se abre la puerta y aparece Tere, con aspecto resacoso, su sonrisa pillina, su mirada entre pueril y perspicaz y se ríe “qué fueeerte” dice con ese tono característico; se desploma en el sillón, me mira sin mediar palabra con su sonrisilla y se enciende también un cigarrillo. Al rato vuelve a suceder el mismo episodio, pero ahora es Cristina la que entra a la cocina, somnolienta nos dice buenos días con su dulce sonrisa y ahí volvemos a estar las tres, con un café y un cigarrito, despreocupadas, tan solo felices, sin nada en que pensar, simplemente unas Erasmus en Cracovia, en el número 4 de la calle Grabowskiego preguntándonos: “¿Esta noche qué?”

1 comentario:

  1. Cuantas cosas se pueden escribir sobre este año en Polonia, increíble..

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