Los filósofos se preguntan constantemente que es la verdad. Concepto algo abstracto, ambiguo, poco conciso y sujeto al parecer de cada cual.
Los científicos piensan que la verdad es un número, una cifra matemática que no falla jamás, un lugar dentro del universo sometido a un orden particular.
Los campesinos consideran que la verdad es la lluvia que hace nacer sus cosechas, el sol que despierta a las flores de su aletargado y lánguido sueño, o la tierra que al unísono de una tormenta despierta las raíces del universo.
Los niños creen que todo es verdad, y todo les sorprende. Todo lo miran y lo tocan con gesto de sorpresa y con un brillo en las pupilas que el tiempo les arrebata.
Los poetas no saben muy bien que es eso que presume en llamarse verdad, ¿es acaso la palabra? ¿es acaso el amor? ¿Es acaso el deseo inherente que el corazón de un poeta posee de dejar el alma desnuda y a solas consigo misma?
Para mi abuelo la verdad habitaba en los ojos grises de mi abuela, que sentada en el sillón de enfrente le miraba de vez en cuando bajo el manto de la estufa.
Para mí la verdad es escribir. Con las palabras encuentro el sosiego donde reposar mis inquietudes; con ellas puedo hacer lo que quiera, se mueven a mi antojo y tal vez yo al antojo de ellas. Por caprichos del corazón se tornan casi absurdas pero bellas, descansan en los amaneceres, en tus ojos azúles, en mis sueños, en el caminar de un viajero o en el deseo de vivir que me grita desde niña envuelto en acentos, puntos, comas, versos…palabras.