martes, 24 de abril de 2012

Confieso que he vivido


En mis sueños despierto una mañana en algún lugar del continente Australiano, quien sabe dónde y qué importa eso. La cosa es que allí estoy y buceo una tarde en la Gran Barrera de Coral. Descubro una madrugada la aurora boreal, mis ojos no dan crédito a lo que ven y el vello se eriza sin remedio. Conozco a algún aborigen y descubro su forma de vivir y su filosofía de vida. Acaricio a un canguro o veo un koala. Viajo en los caminos sin fin que bordean el continente en busca de vivencias, en busca de sentir algo que no haya sentido jamás, de conocer a alguien que me cuente que tiene sueños como los tengo yo.

En mis sueños vuelvo a Cracovia y mi corazón da un vuelco al volver a escuchar el murmullo de eses y zetas del tosco idioma polaco. Despierto en Karmelicka en una casa antigua y fea, con aspecto lúgubre y  desaliñado. Creo que es Cracovia la única ciudad que he visto capaz de hacer de una casa aparentemente fea, el hogar perfecto, el más acogedor…
Genuinamente bella, sin preocuparse por ello; una ciudad preciosa sin pretender serlo.

En mis sueños me despierto otra mañana en Florencia y al bajar una calle me topo con el aroma irresistible de un capuchino y el acento italiano flotando como una melodía dulce, saltarina y alegre. Entonces, respiro hondo y me siento en cualquier banco a ver a las gentes pasar o a leer un libro…

En mis sueños despierto en París una mañana. Con los ojos medio cerrados aún por el cansancio me adentro en la marea de parisinos que abarrota el metro. De camino al trabajo pido un café crème y me dirijo a mi consulta. Por la tarde quizás vaya a Montmartre a escuchar las canciones que, acompañadas siempre por sus guitarras, me endulzan el corazón por un instante con el atardecer de una de las ciudades más bellas del mundo como telón de fondo…

En mis sueños siento como nadie jamás ha sentido. Amo como nadie jamás ha amado y conozco a personas que nadie jamás ha conocido. Veo atardeceres que pocos han visto y descubro costumbres que ni siquiera imaginaba que pudieran existir.
En mis sueños vivo toda una vida con la ilusión de un niño y con la pasión de un poeta. Y al final de mi sueño tan solo escucho dos palabras: Confieso que he vivido.

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