domingo, 15 de abril de 2012

La calidez de Cracovia

Tenía los ojos grises y un denso pelo rubio siempre cobijado por aquél gorro rojo. Tenía una inusual mirada, una dulzura espontánea y unas palabras que, por él dichas, me sonaban a verdad. Sí, aquél chico de tierras frías escondía en su interior una calidez que aún siento cuando le pienso. Muchos otros me han dicho las mismas cosas que me dijo él, pero de ninguno me las he creído jamás. Sin embargo, al decirlas él, me parecían ciertas, honestas y llenas de verdadera emoción. Me besaba y me deseaba con pasión y con un respeto exquisito. Expresaba cada emoción que sentía y sus palabras envolvían sus sentimientos de una forma casi femenina. No había trucos de seducción en su mirar, no había lugar para la mentira en aquellos ojos grises y, por primera vez en mucho tiempo, sentí los besos sinceros de un chico que parecía no conocer la maldad y que ofrecía lo que poseía sin reservas. Se quedó un trozo de mi corazón aquél muchacho, en aquél momento y en aquél lugar. Quién sabe que hará ahora, quién sabe si pensará en mí, quien sabe si sus ojos grises querrán cruzarse con los míos una vez más…Lo que está claro es que, por muchos años que pasen, la trompeta de la plaza volverá a sonar, trayéndome con sus notas el color de sus ojos, el sabor de sus besos, y un latido apresurado que, al igual que la canción del trompetista, espera no terminar.

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