miércoles, 19 de octubre de 2011

Ground Zero


Tenía 16 años y Nueva York a mis pies, allá donde King Kong lanzaba su grito furioso a la multitud. La estatua de la libertad alzaba su brazo glorioso hacia el cielo neoyorquino y los taxis se agolpaban en la quinta avenida con sus estruendosos cláxones. Las pantallas de televisión, inmensas como nunca jamás he vuelto a ver, me atrapaban en aquella avenida, haciéndome sentir más pequeña que nunca. No me gustó Nueva York, me pareció una ciudad con grandiosos rascacielos, grandiosos puentes, grandiosas avenidas y grandioso caos. No me hizo sentir bien, es lo único que puedo decir de ella.
Una inmensa ciudad con el fantasma de las torres gemelas. Allí estuve yo, paseando alrededor de la zona cero, donde el silencio rompía con el bullicio del resto de la ciudad. Miles de nombres se agolpaban en una pancarta a modo de homenaje. Pintadas dedicadas a personas queridas se podían leer aquí y allá dejando el corazón apenado y solitario. Una cruz inmensa fabricada con los escombros de las torres se alzaba en la zona cero. Pasé largo rato aferrada a la valla, observando aquella cruz e imaginando cada una de las vidas que se fueron apagando...
Fue entonces cuando fui consciente de que, lo que hace algunos años había visto en la tele de mi casa, era real. Fue entonces, cuando a pocos metros de mí pude apenas vislumbrar un "Amy, I miss you", cuando sentí como si alguien apretara con fuerza mi corazón y me sacudiera para hacerme ver la crueldad de la vida en ciertas ocasiones...Yo era una niña, que apenas había salido del nido maravilloso del hogar y ese día me hice mucho más mayor en un solo instante, me sentí decepcionada en un instante, triste en un instante...y cabizbaja me fui de la ciudad. Tal vez por eso no me gustó NY, pues la asocio a un día inmensamente triste. Y en el bus de vuelta a Boston decidí que algún día era mi deber tratar de hacer más feliz la existencia de unos pocos.

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